lunes, 13 de febrero de 2017

"Huerto Revolucionario"

Hola a todas y todos, 

En esta ocasión queremos compartir con ustedes el fragmento de un excelente libro de René Papón titulado: "Huerto Revolucionario", esperamos que lo disfruten:

“¿De qué depende el hecho de tener o no tener un huerto? Quizás no veamos su utilidad, puede ser que acarree un exceso de fatiga, puede resultar oneroso y con riesgo de hacernos perder tiempo, etc. Para un espíritu derrotista, pesimista, que solo quiere ver el lado negativo de las cosas y que va por mal camino, es un verdadero trastorno mental. Denigrar todo es tan fácil...A no ser que tengamos una energía a prueba de bomba, huyamos de esta clase de personas que quieren rebajarlo todo para justificar su pereza o mediocridad. Avanzar sin reparar en obstáculos es la manera en la que podemos hacer algo, y no perdiendo el tiempo en vanas palabras.

Si uno sueña con tener un huerto, es el momento de pasar revista a algunas objeciones para ver si se mantienen en pie o si solo son unos deplorables prejuicios. Las ideas preconcebidas abundan en todos los ámbitos y no únicamente en lo que concierne a la horticultura. Generalmente, los niños se interesan por la horticultura desde su más tierna edad; para ellos es motivo de admiración y curiosidad. ¿Por qué el adulto no deja que se desarrolle este interés? No hablemos aquí de las pobres víctimas de la civilización, que no conocen más que espacios hormigonados y los ruidos de la civilización.

Si el adulto no reconoce toda su importancia a la afición de los niños por la tierra, el agua y el lodo, es porque ya tiene una mente demasiado envejecida. Se dan botas y un impermeable a un niño que camina, y enseguida se pone a saltar en los charcos de agua. Todo debe salpicar, es muy bello, incluso el barro que conserva las huellas de los zapatos.

Pero los padres, presos por la imagen de la limpieza y de las apariencias, alegan que va a coger frío, que va a ensuciarse...y luego ¿qué más? Tantas tonterías que no vienen a cuento.
Esperamos que después de haber avanzado algo, veamos la absoluta necesidad de tener un trozo de terreno para cultivar un poco. Empecemos modestamente. Los alcaldes atentos al bienestar de sus administrados, deberían prever amplios espacios para los huertos. Pero no, solo parecen preocupados por edificar escuelas-prisiones, favorecer las implantaciones industriales, etc. Los huertos son cada vez más escasos y los hospitales se multiplican, y mbos hechos no deben carecer de relación. ¿Qué son las verduras y frutas del mercado, qué valen y de dónde vienen? A pesar de las apariencias, ¿quién sabrá jamás a qué tratamientos se las habrá sometido? Todo el mundo ha oído hablar de este tipo de contaminación, pero nadie quiere contemplarlo, quizás para no tener que preocuparse por encontrar otra cosa. Sin embargo, la lista de los accidentes, si fuese sacada a la luz, sería ciertamente edificante. Por otra parte, pocos son los que se inquietan por ello. Estamos acaparados por un sinfín de otros problemas que nos parecen más importantes.
Muchos agricultores no dudan en reconocer que tienen un huerto particular para su consumo personal, puesto que los productos utilizados les parecen peligrosos y son válidos para la producción comercial. Pero, ¿a quien culpar? ¿a los agricultores a los que el sistema quiere verlos abandona rápidamente sus tierras para que engrosen las filas de la mano de obra barata que hormiguea alrededor de las ciudades? ¿y no tienen su responsabilidad los gobernantes arraigados en sus puestos y ahogados en su política de grandeza, sus luchas electorales y tradiciones estúpidas? De cualquier manera, los que se conforman con la situación sin jamás atreverse a hacer algo, también son responsables.
En ciertos mercados, los servicios de represión de los fraudes son totalmente adictos al gobierno y más cuidadosos de cazar a los que anuncian la etiqueta biológica antes que verificar la calidad real. Estamos en un mundo que funciona al revés, y si tal vez no podemos reparar el error del vecino, al menos podemos no seguirle y confiar en nuestro sentido común. Ya en el capítulo de la calidad, el huerto se justifica plenamente.

Por lo que se refiere al tiempo de dedicación y a la fatiga, podremos ver que la situación está falseada desde el inicio por concepciones erróneas. Un huerto bien pensado, sin la mirada puesta sólo en el provecho inmediato, llega pronto a ser económicamente interesante, aunque eso sea un objetivo poco sensato. Debemos descubrir una manera de trabajar la tierra que reduzca los esfuerzos inútiles, como en un juego. Hace falta descubrir los gozos sencillos e inagotables del buen funcionamiento de los músculos en un trabajo útil y al aire libre.
Desde el punto de vista educativo, es la mejor manera de ver a los jóvenes interesarse por este aspecto de la vida y participar en una obra que rebasa el simple abastecimiento gratuito de verduras y frutas de alto valor nutritivo e incomparablemente sabrosas. La agobiante horticultura-esclavitud es una vieja imagen que ha de enterrarse en el olvido junto con la gloria de las guerras históricas. Es trabajando como los músculos se fortalecen y, si nuestras mentes son realmente activas, sabrán paliar una carencia provisional. Además, ¿por qué no colaborar con un vecino mejor provisto en este aspecto? Puede practicarse la horticultura a cualquier edad.
Teniendo una visión clara de la situación, el huerto, sin duda alguna, es un insustituible espacio de experimentación y de descubrimientos.”

Papón, R. (1991) Tener un huerto.
Huerto Revolucionario.
(pp. 27-29). Madrid: Ediciones mandala

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